El Papa Francisco preside la misa en la Casa Santa Marta en el miércoles de Semana Santa. Al introducir la celebración, reza por la conversión de quienes en este momento explota a los necesitados:
En su homilía, Francisco comenta el Evangelio de Mateo de hoy (Mt 26, 14-25), que nos habla de la traición de Judas. Aún hoy – dice el Papa – hay Judas, gente que traiciona, incluso a sus seres queridos, vendiéndolos, por sus propios intereses. También hoy hay gente que quiere servir a Dios y al dinero, explotadores ocultos, aparentemente impecables, pero que comercian con la gente: venden al projimo. Judas dejó unos discípulos, discípulos del diablo. Judas era apegado al dinero: quien ama demasiado el dinero, traiciona. Pero es traicionado por el diablo, que es un mal pagador y deja en la desesperación. Y termina ahorcándose. El Papa piensa en los muchos Judas institucionalizados que hoy en día explotan a las personas y también en los pequeños Judas que hay dentro de nosotros: cada uno de nosotros tiene la posibilidad de traicionar, por amor al dinero o a los bienes.
A continuación, el texto de la homilía:
El Miércoles Santo también se llama “Miércoles de la Traición”, el día en que se subraya en la Iglesia la traición de Judas. Judas vende al Maestro.
Cuando pensamos en el hecho de vender a la gente, nos viene a la mente el comercio hecho con los esclavos de África para llevarlos a América – una cosa antigua – luego el comercio, por ejemplo, de las jóvenes Yazide vendidas a Daesh: pero es una cosa lejana, es una cosa … También hoy en día se vende gente. Todos los días. Hay Judas que venden a sus hermanos y hermanas, explotándolos en su trabajo, no pagando lo justo, no reconociendo los deberes… Es más, venden muchas veces las cosas más queridas. Creo que para estar más cómodo un hombre es capaz de alejar a los padres y no verlos más, ponerlos protegidos en una casa hogar y no ir a verlos… vende. Hay un dicho muy común que, hablando de gente así, dice que “éste es capaz de vender a su madre”: y la venden. Ahora están tranquilos, están alejados: “Cuídenlos ustedes…”.
Hoy en día el comercio humano es como en los primeros días: se hace. ¿Y esto por qué? Porque Jesús lo dijo. Él le dio dinero a un señor. Jesús dijo: “No puedes servir a Dios y al dinero”, dos señores. Es lo único que Jesús establece y cada uno de nosotros debe elegir: o sirves a Dios, y serás libre en la adoración y el servicio, o sirves al dinero, y serás esclavo del dinero. Esta es la opción y mucha gente quiere servir a Dios y al dinero. Y esto no puede hacerse. Al final fingen que sirven a Dios para servir al dinero. Los explotadores ocultos que son socialmente impecables, pero bajo la mesa comercian, incluso con la gente: no importa. La explotación humana consiste en vender al prójimo.
Judas se ha ido, pero ha dejado discípulos, que no son sus discípulos sino el diablo. No sabemos cómo fue la vida de Judas. Un muchacho normal, tal vez, e incluso con inquietudes, porque el Señor lo llamó a ser discípulo. Él nunca logró serlo: no tenía boca de discípulo ni corazón de discípulo, como hemos leído en la primera lectura. Era débil en el discipulado, pero Jesús lo amaba… Luego el Evangelio nos hace comprender que le gustaba el dinero: en casa de Lázaro, cuando María ungió los pies de Jesús con aquel perfume tan caro, hizo la reflexión y Juan subrayó: “Pero no lo dice porque amaba a los pobres: porque era ladrón”. El amor por el dinero lo había llevado fuera de las reglas, a robar, y de robar a traicionar hay un paso, pequeñito. Quien ama demasiado el dinero traiciona para tener más, siempre: es una regla, un hecho. El Judas muchacho, quizás bueno, con buenas intenciones, termina siendo un traidor hasta el punto de ir al mercado a vender: “Fue a donde estaban los jefes de los sacerdotes y les dijo: «¿Cuánto me darán si se los entrego?»”. En mi opinión, este hombre estaba fuera de sí.
Una cosa que me llama la atención es que Jesús nunca le dice “traidor”; dice que será traicionado, pero no le dice a él “traidor”. Nunca dice: “Vete, traidor”. ¡Nunca! Es más, le dice: “Amigo”, y lo besa. El misterio de Judas… ¿Cómo es el misterio de Judas? No sé… Don Primo Mazzolari lo explicó mejor que yo… Sí, me consuela contemplar aquel capitel de Vézelay: ¿cómo terminó Judas? No lo sé. Jesús amenaza fuertemente, aquí; amenaza fuertemente: “¡Ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es traicionado: sería mejor para ese hombre si nunca hubiera nacido!” ¿Pero eso significa que Judas está en el infierno? No lo sé. Yo miro el capitel. Y escucho la palabra de Jesús: “Amigo”.
Pero esto nos hace pensar en otra cosa, que es más real, más que hoy: el diablo entró en Judas, fue el diablo quien lo llevó a este punto. ¿Y cómo terminó la historia? El diablo es un mal pagador. No es un pagador confiable. Te promete todo, te hace ver todo y al final te deja solo en tu desesperación a ahorcarte.
El corazón de Judas, inquieto, atormentado por la codicia y atormentado por el amor a Jesús, un amor que no ha logrado hacerse amor, atormentado por esta niebla, vuelve hacia los sacerdotes pidiendo perdón, pidiendo salvación. “¿Qué tiene que ver eso con nosotros? Es algo tuyo…”: El diablo habla así y nos deja en la desesperación.
Pensemos en tantos Judas institucionalizados en este mundo, que explotan a la gente. Y también pensemos en el pequeño Judas que cada uno de nosotros tiene dentro de sí a la hora de elegir: entre lealtad o interés. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de traicionar, de vender, de elegir por el propio interés. Cada uno de nosotros tiene la posibilidad de dejarse atraer por el amor al dinero o a los bienes o el bienestar futuro. “Judas, ¿dónde estás?” Pero la pregunta la hago a cada uno de nosotros: “Tú, Judas, el pequeño Judas que tengo dentro: ¿dónde estás?”.
El Papa terminó la celebración con la adoración y la bendición eucarística, invitándonos a hacer la comunión espiritual.
Fuente: El Vaticano