Los niños, niñas y adolescentes son quienes están pagando y pagarán el precio más alto de la pandemia. No sólo por la interrupción de las clases presenciales, sino, sobre todo, porque algunos enfrentan la muerte de familiares o de uno o ambos padres, consideró Pedro Daniel Martínez Sierra, de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS).
El doctor en Pedagogía por la UNAM recordó que el pasado 20 de julio la revista The Lancet presentó un estudio llamado “Estimado mínimo global de niños afectados por la Covid-19 asociados con orfandad y muerte de cuidadores”, el cual reveló que en el mundo más de un millón de infantes experimentan la pérdida de, al menos, uno de sus padres o tutores. Adicionalmente millón y medio de pequeños también sobrellevan la ausencia de sus cuidadores secundarios, especialmente sus abuelos fallecidos.
En el mismo trabajo se indica que, en el caso de México, entre el 1 de marzo de 2020 y el 30 de abril del 2021, 32 niños se quedaron sin ambos tutores, más de 33 mil perdieron a su madre, y 97 mil a su padre. A esto se suma que 9,807 padecieron la pérdida de alguno de sus abuelos, que suelen ser quienes los atienden cuando sus padres no están (cuidadores secundarios, les llaman).
El principal problema es que “la pandemia sigue, no ha terminado y continúa cobrando la vida de padres, madres, miembros de la familia y dejando a los niños con menos opciones de las que ya antes existían. Antes de la emergencia sanitaria ya había situaciones vinculadas con la discriminación y la invisibilización, era un grupo muy silenciado”, cuyos problemas se agudizaron por la pandemia, explicó el académico de la ENTS.
Según datos de la Secretaría Ejecutiva del Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA), se calcula que de las 216 mil muertes por la Covid-19, ocurridas hasta inicios de mayo de 2021, 42 por ciento corresponde a padres o madres de familia, la cifra que debe ser actualizada mediante un diagnóstico real que permita no sólo evidenciar la magnitud del problema, sino facilitar la toma de decisiones.
En particular el tema de orfandad tiene severas afectaciones en el desarrollo de los niños debido a la falta de contacto físico de los padres que suele ser clave para el desarrollo físico, emocional, cognitivo, la confianza y la autoestima, precisó el profesor invitado de la Universidad Complutense de Madrid.
“Los niños que pierden a sus cuidadores primarios tienen mayor riesgo de sufrir problemas de salud mental, violencia física, emocional o sexual, y no sólo se vuelven víctimas de la violencia, sino también en generadores de la misma. Estas experiencias adversas aumentan riesgos vinculados con suicidios, embarazo adolescente, enfermedades infecciosas y otros”, abundó Martínez Sierra.
A este problema se suma que uno de los derechos más vulnerados es el de la educación, ya que es lo primero que regularmente se sacrifica; empiezan a trabajar, suelen ocuparse no nada más de sí mismos sino de otros niños más pequeños y se vuelven cuidadores, particularmente las niñas.
Asimiso, se vulneran otros derechos, por ejemplo, a la vivienda, pues los pequeños y jóvenes comienzan a incorporarse a actividades laborales –muchas veces degradantes–, apuntó el investigador universitario.
Para ayudarles, añadió, los trabajadores sociales son clave para iniciar a tomar decisiones; están en la primera línea de atención cuando las personas enferman y los familiares pueden acercarse a ellos y preguntar cómo enfrentar el problema con los pequeños.
El duelo
Igualmente, la Universidad ofrece por medio de sus redes sociales e instalaciones apoyo a la gente que necesita enfrentar el duelo o que tiene dudas acerca de cómo hablar con los niños sobre este tema, mencionó Serena Eréndira Serrano Oswald, del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM).
Las abuelas nos lo han dicho siempre: la muerte es camino que todos llevamos; sin embargo, “culturalmente no se suele hablar del tema, especialmente con los más pequeños, los cuales suelen ser relegados socialmente”.
Sin embargo, prácticamente están compenetrados en las dinámicas familiares y se dan cuenta de cómo la pandemia transforma la vida emocional y práctica cuando sobreviene la tristeza, especialmente cuando se dan cuenta que son sus padres quienes ya no regresarán.
“Socialmente hemos desarrollado ritos funerarios. La muerte, como concepto tiene dos caras: el luto y el duelo”, la primera es cómo revisamos socialmente la muerte y la segunda es cómo sobrellevamos lo que implica la falta de un familiar, a nivel individual y comunitario.
La crisis sanitaria trajo múltiples limitaciones para que se realicen los rituales de luto por los riesgos de propagar los contagios y los procedimientos técnicos, lo que dificulta mucho el proceso. Esto hace que cueste más trabajo asimilar el fallecimiento de una persona.
“A diferencia de los adultos, que tienen un pensamiento abstracto más desarrollado, en los pequeños hay un pensamiento más literal o textual. Por ejemplo, cuando se les dice medio hermano, piensa en cuál mitad. Por eso es importante hablar con ellos de la muerte de los seres queridos y que se les explique de la manera más cálida posible las cosas, para que entiendan de qué se trata”, reflexionó la doctora en Antropología Social.
En la pandemia se han visto, especialmente, muertes inesperadas no relacionadas con un ciclo de vida tradicional, por lo que es clave que las redes familiares, que usualmente ayudan a los padres, se unan más para ofrecer a los pequeños la confianza para que éstos expresen todas sus dudas sobre lo que está pasando.
Así como en los adultos, al inicio, para los niños y niñas hay un proceso de shock o enojo, sorpresa, rabia, pues se trata de comprender por qué murió o no está más nuestro familiar; “es importante que este proceso no sea reprimido y que las personas adultas –que también la están pasando mal– se acerquen a los pequeños y les permitan que se expresen”, señaló Serrano Oswald.
¿Cómo enfrentar la muerte?
La forma de modelar y enseñar a los pequeños de la casa a enfrentar la muerte de padres o abuelos de una forma sana es enfatizarles que son amados por quienes los rodean y pueden expresar sus emociones y su dolor, dijo la experta, quien tiene un posdoctorado en Sociología y Género.
“Acompañar emocionalmente a un infante no quiere decir dejar de poner límites. A veces confundimos que dar amor es dar sin límite y en procesos de duelo muchos se vuelven permisivos. Pero en estas etapas no hay que perder de vista los límites sanos y amorosos. Quitar todas las reglas les hará más daño”, finalizó la investigadora.
Fuente: UNAM/Gaceta