A pesar de que las consecuencias son desastrosas para nuestros mayores, la primavera de 2020 quedará grabada para siempre como un episodio doloroso en nuestra historia contemporánea, debemos aprender de ello hoy. No hay lugar a más sorpresas ni errores.
“Me siento en mi balcón, y me topo cada día con las sonrisas de los abuelos que miran a través de sus ventanas. Sonrío tímidamente, por cortesía. Pero me invaden sentimientos de rabia, incomprensión, cansancio, injusticia y dolor.
Esos rostros en realidad, también esconden toda la nostalgia que nos ha dejado esta pandemia: el olvido, deliberado o no, de los más vulnerables entre los vulnerables, nuestros mayores y su tristeza y soledad en sus últimos días, durante su último viaje.
(…) Los viejos no mueren, se duermen un día y duermen demasiado
Se toman de la mano, tienen miedo de perderse y, sin embargo, se pierden
Cierro los ojos por un momento y escucho a Jacques Brel. Su canción Les Vieux (Los viejos) me arroja a esa triste realidad que tan bien cantó. Si bien el verbo quedarse dormido suena mejor en prosa cantada, la realidad es muchísimo más triste. Igual que la primavera que nos dejó este 2020. Como enfermero durante los picos más altos de la epidemia de COVID-19 en España, la primavera a su vez me ha provocado tres reflexiones.
La primera de ellas es el enfoque erróneo con el que hemos afrontado la epidemia en España. El error de cálculo en el tiempo de respuesta y en la urgencia de la misma. Así como el desequilibrio entre los recursos que se dedicaron en un primer momento a las urgencias y a las unidades de cuidados intensivos de los hospitales y los dedicados a las residencias de ancianos, que han sufrido lo indecible hasta ser escuchadas y comprendidas.
Seamos realistas: las autoridades tardaron mucho en poner en marcha una respuesta clara y eficiente enfocada en las personas vulnerables que más lo necesitaban: los mayores. No había un plan ni de contingencia ni de emergencia. La atención y la mayoría de recursos se centraron en los hospitales: el pulmón de supervivencia para el paciente medio y, hasta cierto punto, para muchos de nosotros. Pero los viejos, como dice Brel, quedaron para después, para más tarde. Mucho más tarde. Demasiado. Esto se reflejó en la falta de los equipos de protección (y la mala calidad de parte del material disponible), la falta de formación para el personal sociosanitario para que pudiera usarlo correctamente y también por la ausencia de pruebas diagnósticas, poniendo así un sistema de salud al borde del abismo.
Una segunda reflexión que pone sobre el tapete esta pandemia tiene que ver con nuestros valores sociales y nuestros intereses como sociedad. ¿Cómo agradecer a una generación que luchó en la década de los 60 por nuestros derechos, unos derechos más humanos, más libres y más dignos? Estos niños de la Guerra Civil vivieron la fase más pesimista de nuestro siglo, pero se remangaron, lucharon y creyeron en tiempos mejores. Hoy son los grandes olvidados en nuestras sociedades egocéntricas.
Prueba de ello fue el mal funcionamiento —incluso la ausencia— del sistema de referencia, dejando al personal no cualificado ni capacitado manejando una situación completamente nueva. Unos trabajadores que, a pesar de su buena voluntad, no están formados para ofrecer los cuidados paliativos y dignos que el paciente necesita. Se trata de atención médica y, desafortunadamente, las residencias en España han estado exclusivamente bajo el área social y no bajo la gestión de sanidad. No olvidemos que tanto cuidadores y residentes, así como las familias de estos, han sido abandonados a su suerte, sin ninguna ayuda psicosocial. Las consecuencias de ello son ya visibles; pero lo serán aún más a medida que pase el tiempo.
Una última reflexión sobre la realidad de nuestros servicios médicos y sociales: la salud se ha convertido ante todo en una cuestión de rentabilidad, donde las empresas privadas basan su trabajo en el rendimiento económico y no en la salud. Y ese es probablemente uno de los puntos más críticos y que conecta con pretender convertir la sanidad en una enorme caja registradora.
A pesar de que las consecuencias son desastrosas para nuestros mayores, la primavera de 2020 quedará grabada para siempre como un episodio doloroso en nuestra historia contemporánea, debemos aprender de ello hoy y evitar que vuelva a suceder mañana.
No hay lugar a más sorpresas ni errores. Las medidas adecuadas y los planes de contingencia ante la COVID-19 deben formar parte de nuestra vida diaria. Debemos prepararnos para la incertidumbre, y eso incluye: políticas adecuadas, ejercicios de simulación, recursos materiales suficientes y formación continua del personal sociosanitario. Cuidar a quienes nos cuidan debe ser un principio básico en nuestra sociedad. Definitivamente, nuestros mayores merecen algo mucho mejor que la respuesta que hemos tenido con ellos como sociedad. Si a esto le sumamos la participación activa de colectivos olvidados como los pacientes y las asociaciones de familiares, obtendremos la receta para un enfoque más reflexivo, más sereno, más profesional y sobre todo más adecuado para anticipar este tipo de desastres.
Ese será el único camino al mañana.
Por Luis Encinas, asesor médico de Médicos Sin Fronteras ante la COVID-19 en España