A la sátira, crítica y mordacidad de las obras de Jean-Baptiste Poquelin, verdadero nombre de Molière (15 de enero de 1622-17 de febrero de 1673), habría que añadir una característica más: su actualidad, que lo hace ser un autor muy ameno.
El dramaturgo francés “aborda temas que han estado presentes a lo largo de la historia de la humanidad, los mismos problemas, las mismas debilidades de la naturaleza humana que presentan su rostro más desagradable, pero al mismo tiempo, el más cómico. Y todo lo que hace reír merece seguir siendo representado”, afirmala académica de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM, Claudia Ruiz García.
En efecto, uno de los escritores más universales y traducido a todas las lenguas logró “corregir las costumbres riendo”, como lo señala la expresión latina Castigat ridendo mores, referente a la comedia y la sátira que ponen en ridículo los vicios y defectos humanos, en este caso de la Francia del siglo XVII.
A 400 años del nacimiento de Molière, la licenciada en Lengua y Literaturas Modernas (francesas) por la UNAM, maestra en lingüística por la Université Stendhal III (Grenoble, Francia), y doctora en Letras por esta casa de estudios, menciona que como otros clásicos Poquelin se estudia porque sigue respondiendo interrogantes, porque nos sigue “hablando”.
Por ejemplo, en la comedia “El enfermo imaginario”, para uno de los personajes –caricatura feroz de un médico–, toma un modelo que existe en la realidad en ese momento, un famoso doctor de La Sorbona que está en guerra con los partidarios del cartesianismo y que dice que hay que seguir estudiando a Aristóteles y aprendiendo de memoria. Este modelo podría ser universal, el del conservador, aquel que no quiere incorporar el nuevo conocimiento porque “la tradición dice que tiene que ser así”.
Cuando vemos otra de sus comedias, “Tartufo”, recordamos que a los falsos devotos también los vemos hoy en día por todos lados; “basta ver lo que ocurre en la Iglesia, el doble discurso, para pensar que ese universo está plagado de hipócritas que por un lado hablan de santidad, y por otro, cometen abusos”, menciona la profesora de la FFyL.
Con Molière, añade la universitaria, pasa como con otras grandes figuras, como Shakespeare: su presencia es tal, que opaca a todos los posibles dramaturgos que en su época intentaban hacer representaciones o escribir teatro, y que se quedan a “medio camino”. Es un autor que pasó a la posteridad y cuyos personajes se han quedado en la tradición.
En el teatro de los siglos posteriores, XVIII y XIX, imaginar a algún otro dramaturgo que pudiera estar por encima de Molière no es posible, porque no existe, asegura la experta.
El también actor vivió una situación privilegiada, porque tampoco tuvo rivales en su época. “Es un caso único, como aislado en su siglo, y por eso toda la crítica teatral se concentra en él para decir que ‘es muy hábil en cierto aspecto’, que logra ‘crear un rito en el teatro que es inigualable’, o que ‘el dominio de la especificidad en el lenguaje de cada personaje es fabuloso’”.
Eso permitiría justificar la posición que alcanzó como gran autor de comedia del siglo XVII en Francia, un periodo que se puede equiparar con el Siglo de Oro Español. Así como en España hubo grandes dramaturgos, como Calderón de la Barca o Tirso de Molina de quienes fue lector, Molière creó una especificidad para el caso del teatro francés.
Hoy, existen una serie de adaptaciones de sus obras al cine o, incluso, su biografía novelada, que pueden darnos una visión de este autor irreverente, que integra al teatro una serie de polémicas filosóficas de su tiempo, poniéndolas a nivel accesible para todo el público, porque a sus representaciones no sólo asistía la Corte francesa; en el teatro había también personas de pie, en gayola, hasta atrás, y todos reaccionan ante las situaciones cómicas y serias de sus puestas en escena.
Molière escribía, actuaba, dirigía y hasta llegaba a tener el personaje protagónico. Su repertorio es vastísimo, señala Claudia Ruiz, incluye obras cortas y largas, escritas en verso o prosa. Podía hablar de un falso devoto, de un nuevo rico, un hipocondriaco, un tacaño o un cornudo, “defectos” inherentes a la naturaleza humana, pero que él va “vistiendo” de una manera fabulosa.
El tema de los médicos es importante en su obra y está presente hasta el final de su vida, en “El enfermo imaginario”, que se considera una obra emblemática. Otro tema que viene y va es el de los celos, mediante personajes inseguros, que sufren, que tienen miedo de que las mujeres los traicionen, abunda Ruiz García.
Otro de sus temas es el acceso femenino al conocimiento; en “Las mujeres sabias” hay discusiones acaloradas, actuales, inteligentes, entre protagonistas que no quieren asumir el papel de amas de casa y prefieren dedicarse a la ciencia o la filosofía; y en el otro lado de la moneda está “Las preciosas ridículas”, terrible crítica a esas mujeres que le ponen precio al amor o la amistad. En “La escuela de las mujeres” los padres quieren mantener a las hijas en total ignorancia, porque saben que la educación puede ser un factor de emancipación.
Integrante de una familia acomodada, como hijo de un tapicero de rango en la Corte, Jean-Baptiste Poquelin pronto tuvo claro que no quería ejercer el oficio de su padre; desde muy joven había conocido la pasión del escenario, de escribir e improvisar, y decidió dedicarse al teatro.
Tuvo altibajos; algunas de sus obras fueron aceptadas por la crítica y el público, y otras condenadas; hay una parte de su producción donde sus piezas son “ácidas”, tristes, en contraste con los divertimentos, farsas y comedias, a los que estaba acostumbrado el público, añade la doctora en Letras.
El escritor tuvo la gran fortuna de contar con el aprecio de Felipe I de Orleans, hermano del rey Luis XIV de Francia, quien también asistió a sus presentaciones teatrales. Esa protección, que al final de su vida le había sido retirada, fue decisiva para que pudiera tener un entierro digno (ya que en esa época los actores no podían ser sepultados en el cementerio), luego de morir a causa de tuberculosis. Su epitafio, escrito por él mismo, dice: “Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien”.
Fuente: UNAM