México forma parte de los corredores migratorios globales, razón por la cual a nuestro territorio llega gente desde Asia y África tratando de alcanzar el “sueño americano”.
Nuestra nación dejó de ser un corredor regional; ahora es un país expulsor y de tránsito de migrantes, así como territorio de espera, dijo Bruno Miranda, del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM.
En la frontera norte de la República Mexicana más de 60 mil personas aguardan una respuesta a sus solicitudes de asilo en Estados Unidos, informó el doctor en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Sociología por esta casa de estudios.
Comentó que en los últimos años la ciudad de Tijuana, donde se ubica gran parte de ellos, se convirtió en un espacio social donde los migrantes transcontinentales permanecen, luego de realizar largos recorridos desde sus países, hasta llegar a Brasil y avanzar hasta la frontera norte de nuestro país.
Estas poblaciones transforman los territorios fronterizos por sus características en términos culturales, religiosos o lingüísticos, toda vez que, por ejemplo, pueden arribar personas africanas que son musulmanas y hablan árabe; o bien, otras cuya lengua es el francés y tienen afiliaciones políticas diversas. Todos estos marcadores de diferencia requieren que México desarrolle herramientas para acogerlos, estimó.
Recordó que en el transcurso de la última década, la política migratoria mexicana se ha adaptado al paradigma “securitista”, el cual está dirigido principalmente a migrantes de tránsito, como los hondureños, salvadoreños y guatemaltecos que viajan hacia Estados Unidos.
Eso significa, abundó, que los flujos migratorios son un asunto de seguridad nacional, donde el migrante representa una amenaza para los países por los cuales transita y a los que intenta llegar. “Este paradigma no nació en México; es una manera global de gobernar las migraciones y que también ocurre, por ejemplo, en Europa respecto a los flujos que llegan de África y Asia”.
Esto dejó de ser un simple fenómeno demográfico para convertirse en uno que supuestamente atenta contra la seguridad nacional. Ahora, al migrante se le asocia con el terrorismo, la delincuencia y el narcotráfico, e incluso se les acusa de “traer” el coronavirus que causa la COVID-19.
“Es un paquete de estigma cada vez más despectivo hacia quienes intentan llegar a la Unión Americana, que a partir de este año decidió aplicar más restricciones migratorias a quienes intenten llegar a su territorio, en la modalidad de asilo o quienes cruzan de manera irregular”, acotó.
Al adoptar ese modelo, cada vez es más difícil y riesgoso entrar por la frontera sur de México. En los últimos años la ciudad de Tapachula, Chiapas, sirve como el primer “muro” para llegar a EU para los migrantes centroamericanos, caribeños (principalmente haitianos y cubanos) y transcontinentales provenientes de India, Bangladesh, Congo o Angola.
El ganador del Premio a la Mejor Tesis de Doctorado en Ciencias Sociales de la Academia Mexicana de Ciencias (2016), recalcó que hay migrantes irregulares, no ilegales, porque “la existencia humana no puede ser anulada, pero eso es parte del paradigma securitista, que criminaliza una situación administrativa”.
Existen más de 200 centros de detención migratoria en EU, en su mayoría operado por empresas privadas, lo cual convierte a la detención y deportación de migrantes en un negocio redituable para compañías como CoreCivic y GeoGroup, alertó el experto.
Las políticas restrictivas, además, fomentan la “industria de la migración” relacionada con las redes de “coyotes” en las fronteras, que están cada vez más subordinados al crimen organizado. “Los carteles de narcotráfico han descubierto una nueva fuente de ingreso a través del pago de ‘derecho de piso’ para transportar migrantes. Eso vuelve el tránsito por el territorio mexicano cada vez más peligroso”.
El experto refirió que un migrante debe anotarse en una lista de espera para presentar su solicitud de asilo en EU, y el Plan “Quédate en México” implica que deben esperar en territorio nacional mientras comienzan y se realizan las audiencias en las cortes migratorias en el país vecino. Ese proceso puede tardar un año.
La situación se ha agravado con la pandemia y desde marzo a la fecha, EU no ha recibido ninguna solicitud de asilo más. En ese lapso, los flujos migratorios disminuyeron drásticamente por el cierre de fronteras en varios países, y hasta mediados de este año se registró un descenso de 90 por ciento de las peticiones de refugio en México. A su vez, los migrantes en tránsito hacia la frontera norte se quedaron “atrapados” y ni siquiera pueden presentar su solicitud.
Debido a la difícil situación han modificado sus planes y se dirigen hacia ciudades como Monterrey, o se quedan en Puebla o en la capital mexicana para insertarse en el sector laboral y esperar hasta que puedan ingresar su solicitud de asilo en EU.
Con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca se esperan cambios positivos para los migrantes, como la reversión de los discursos de odio y la eliminación de los mecanismos de espera, así como la interrupción de la construcción del muro fronterizo.
En México también se requieren cambios: que los flujos migratorios en tránsito y los que se instalan se gobiernen de manera más humanitaria, con oferta de regularización, con menos burocracia y que los trayectos por el territorio sean más seguros; además, es necesario que haya personal de atención migratoria que hable otros idiomas, porque de otro modo “las vulnerabilidades aumentan mucho más”, concluyó Bruno Miranda.
Fuente: UNAM