La ascensión de la poesía en la montaña: Hubert Matiúwàa

[Hace poco tiempo conversamos con el ganador del V Premio de Literaturas Indígenas de América 2016, quien nos compartió su experiencia acerca de ser un escritor indígena en una sociedad racista y colonial. La charla la sostuvimos a propósito de su inclusión en la antología Xochitlajtoli. poesía contemporánea en lenguas originarias de México, editada bajo el sello de Círculo de Poesía…]

Su abuela le contó cómo era el mundo durante aquellos días anteriores al nacimiento del propio poeta. Quizá su abuela fue poeta y él no lo supo en la infancia. ¿Quién es poeta, finalmente? ¿Aquel que escribe y publica libros que después con mayor o menor suerte se venden en los estantes de ciertas librerías? ¿Poeta es quien mira la belleza y los dolores del mundo y los vuelve palabra, aunque no necesariamente sea en modalidad escrita sino también oral? ¿Qué es la poesía? ¿Acaso un género literario que está monopolizado por seres míticos que seducen a inocentes muchachas con versos propios del señor Neruda?

En el entrañable filme Il Postino (El cartero de Neruda) de 1985, basado en la novela homónima del escritor chileno Antonio Skármeta, el poeta exiliado en una isla italiana le dice a su cartero que la poesía no es de quien la escribe… sino de quien la necesita. Tal definición de poesía encaja perfectamente en las reflexiones de Hubert Matiúwàa (Guerrero, 1986), pues para él —según lo charlado con Notimex durante esta entrevista— la poesía habita dentro de su comunidad en registros espaciales y discursivos que escapan de las páginas de los libros.

Poesía entonces puede ser un hombre que ama y añora a su padre que ya ha muerto hace muchos septiembres; un débil malvón en una maceta a mitad de la calle, creciendo quién sabe cómo pero sobreviviendo a la intemperie; dos enamorados que desayunan pan con mermelada y café expreso desde hace ya una década, y no se aburren de ello, y no dejan de mirarse como si fuera esa la primera mañana… poesía podría ser también un ejército de indígenas chiapanecos cubriéndose el rostro para por fin ser vistos… poesía son los recuerdos de la infancia; Maradona conduciendo una pelota entre miles de ingleses y arribando a la portería rival para anotar el gol del siglo; una mirada de cierto niño de siete años a su abuelo; la vida abriéndose paso a pesar de tanta jodida muerte que insiste en monopolizar los días y los años.

¿Y el o la poeta? ¿Quién es? Aquel que sabe dignificar el acto de crear, sea o no en términos de poesía, nos dice así Hubert Matiúwàa durante esta entrevista.

 

Viajar a muchas partes…

—Me gustaría saber acerca de los recuerdos de su infancia… ¿hubo libros y poesía durante aquellos años?

—Soy de la región de la Montaña de Guerrero, mi idioma es el me’phaa. Nací en una región en donde es difícil el acceso a muchas cosas, entre ellas la escuela. Para llegar a la primaria debía caminar una hora. Yo vivía en un lugar que se llama El Obispo (municipio de Malinaltepec, cabecera municipal). Es una montaña en donde a veces miraba que desde el otro lado pasaban carros, levantaban el polvo y yo me preguntaba hacia dónde iría ese camino, quería saber qué había más allá detrás de mi montaña.

“A mí lo que me gustaba era matar pájaros, perseguir ardillas, buscar conejos y sus madrigueras. Pero el hecho de que había gente que salía en camiones e iban a Tlapa me despertó curiosidad de saber qué había más allá. Lo primero que quise ser fue chofer, porque solamente manejando un carro podría conocer muchos lugares por fuera de esta montaña, pensaba

“Entonces, cuando entré a la escuela me encuentro con la alfabetización en el idioma español y aprendo a leer. Ahí aprendí a juntar las palabras y me di cuenta que esas palabras me contaban historias; ahí comenzó esta espina de encontrar en los libros esa posibilidad de conocer otros pueblos y otras regiones: en esos libros encontré la posibilidad de viajar a muchas partes”.

—Ese primer contacto con los libros fue en idioma español. Por el modo del sistema nacional educativo, entonces su lengua originaria debía quedar en un segundo plano…

—Claro, todo lo que nosotros tenemos en la lengua indígena está dado de manera oral: todas las historias que nuestros padres y abuelos nos cuentan para educarnos o decirnos por qué existe un ritual o por qué debemos comportarnos de cierta manera, son historias de memoria oral… no están escritas; y esas historias te las cuentan para que aprendas, ahí realmente está toda la pedagogía, la ética y el pensamiento de un pueblo. Eso nosotros ya lo traemos, más bien el sistema de lecto-escritura comienza en las escuelas cuando aprendes a leer en otro idioma.

Soñar con lo que se lee…

Cómo han sido los primeros contactos con la lectura de quien es autor de los libros Xtámbaa / Piel de Tierra (2016) y Tsína rí nàyaxà / Cicatriz que te mira (2017). El poeta indígena, cuyo padre impartía clases en una primaria y su madre se dedicaba a la cosecha del café, nos adentra en su mundo de la infancia.

—Además del contacto primero con los libros en la escuela, ¿en qué momento llegó a su vida (y a su casa) un primer libro que usted leyera por gusto?

—Tú sabes cómo está la situación en la región de la Montaña de Guerrero; si nos remontamos a la década de los ochenta hubo varios desplazamientos de sacerdotes que venían de Centroamérica, que pertenecían a la Teología de la Liberación y llegaron a México; entre ellos hay muchos pensadores de la Universidad Nacional Autónoma de México como Enrique Dussel u Horacio Cerutti, que vienen de esos procesos de Sudamérica y Centroamérica… son pensadores pero también llegaron sacerdotes. Entonces a la Montaña ellos la ven como un espacio propicio para “predicar la palabra” o como una zona en donde pueden trabajar con los pueblos.

“En algún momento esos sacerdotes iban a la Ciudad de México o a algún otro lado y se detuvieron en la Montaña de Guerrero, dejando muchísimos libros. Recuerdo que entre los libros estaban los 21 tomos acerca de la Segunda Guerra Mundial, incluso sobre el Corán, toda la doctrina de Mahoma y medicina tradicional de los árabes. Uno de esos libros era acerca de seres fantásticos: decían que habían seres con un solo pie y te daban sombra, que había un mar que reía; un pueblo en donde había la mitad de hombres que vivían con la cara en el pecho. Fue mi primer acercamiento a un libro que se metió a mi cabeza, porque después de leerlos tuve muchas pesadillas… soñaba eso que leía. Mi mamá me decía que no leyera cosas de brujería, pero hoy veo que eran libros de viajeros…”

Escribir para hacer memoria

—¿Cuál fue el primer contacto suyo con la necesidad de escribir…?

—Mi primer contacto fue a partir de una ausencia. Lo que sé lo aprendí de mis padres, pero también mi abuela jugó un papel muy importante al enseñarme parte de la memoria oral y los valores de mi pueblo. Cuando ella se muere no encuentro dónde hablar con ella: yo iba a su tumba, pero no encontraba su presencia. Al no encontrar nada de eso, el único lugar en donde podía encontrarla era en la memoria. Y fue cuando empecé a escribir… para hacer memoria. Lo tomé para soportar esa ausencia.

—¿Escribía en español o en su lengua originaria?

—¡Es muy importante que preguntes eso! Cuando tienes algo que te duele mucho y lo quieres escribir te sale en el idioma en que tú primero nombraste al mundo. A mí me salía todo ese dolor en lengua me’phaa, pero yo no sabía escribir me’phaa. Yo decía: “Voy a escribir como suene…”, y así lo dejaba conforme al conocimiento que yo tenía del alfabeto, y lo escribía como sonaba. Así lo dejaba…

—Era una mezcla entre el español y la sonoridad del me’phaa…

—Sí, la sonoridad era el me’phaa, salía así con dolor, como lo que yo quería decirle a ella. Ya después me metí a ver cuáles eran las reglas gramaticales del me’phaa; algunos de esos poemas los corregí, otros no.

—A nivel de imágenes e ideas, ¿qué fue lo que le dijo a su abuela en esos poemas?

—Intenté recuperar mi propia historia.  Ella me contaba muchas cosas antes de que yo naciera; una primera parte era todo el pensamiento que había antes de que naciera, cuando yo estaba en el vientre de mi mamá.  Mi abuela me contaba todo lo que le decía a mi madre. Después, cuando yo era niño y ella me daba consejos de la vida o me contaba historias; otra parte fue cuando salí de mi comunidad para ir a estudiar, ahí están los consejos que me daba mi abuela al meterme a otro mundo distinto. La última parte es cuando ella se muere y yo me enfrento a la ausencia.

 

Aletear en un  mar de palabras

—Supongo que coincidirá conmigo en cuanto a que México es profundamente racista. Hay un racismo colonial e histórico implementado desde la Conquista y después, durante la Colonia, que se manifiesta y materializa en varios ámbitos, uno de los cuales es el lingüístico. A pesar de que existen 68 lenguas originarias en este país, la gente cree que el español es la lengua oficial y la que debe predominar. ¿Cómo ser poeta desde el uso de una lengua indígena? ¿Cuál es su experiencia de convertirse en escritor indígena en un país profundamente racista?

—Creo que el ejemplo está en lo que acabas de decir. Hacerte escritor en un país profundamente racista y bajo los términos de esa hegemonía de hacer poesía, bajo los términos de hacer memoria que es una forma y estructura de lo que es poesía, poesía escrita con ciertas reglas, no es sencillo. Muchos de quienes escribimos asumimos que estamos aleteando en un mar de palabras (que es el español) y esos aleteos son como querer vivir. Queremos que nuestra lengua tenga presencia y vida, entonces mientras más expresiones tenga una cultura pues tendrá más posibilidades de estar presente, de tener continuidad con los niños y las nuevas generaciones.

“Ser escritor bajo estos términos es también un poco riesgoso: es hacer poesía en una estructura colonial. Si uno se pone a pensar cuál es la función y la necesidad de la poesía para mi cultura, es una función distinta; los poetas ahí son los poetas-rayos que piden la lluvia; los poetas que piden a las novias; los poetas son los que abren camino a los muertos… la función del poeta está en función de la espiritualidad de su pueblo. Esos poetas que van a pedir lluvia porque hay hambre, entonces los pueblos van y hacen un ritual, entregan a los cerros todo eso para que llueva, y solamente puede hacer llover aquel que tiene el don de la palabra para hablar con lo sagrado. Entonces la función de la poesía es distinta.

“A mí me gustaría que un día existiera gente que escriba poesía desde su propia manera de concebir el mundo, desde la necesidad de su pueblo y no bajo estas condiciones de lucha. Nosotros estamos resistiendo y estamos asumiendo un idioma, estamos asumiendo una forma de hacer memoria que son los libros, estamos asumiendo una estructura de creación ajena a lo nuestro. En ese sentido así de fuerte está la discriminación, por eso los poetas están contra todo, son gente que trabaja con la esperanza y la vida de sus pueblos.

“Ojalá que llegue otro punto, pero lo dudo mucho. Como tú dices, es un país tan racista que pareciera que, cuando se da un premio como el de Lenguas Indígenas en América, son premios que se dan a los individuos pero no a la colectividad; no se ha hecho nada para crear nuevos escritores en los pueblos. Todo lo que se ha hecho son programas paliativos: se intenta hacer algo pero se folcloriza el pensamiento de los pueblos. Mientras tanto, las comunidades están alejadas, no hay nuevos escritores, no hay talleres constantes ni apoyos para crear pensamiento y escritura en los pueblos…”

 

Blanqueamiento

—¿Pero cómo un poeta indígena convive con la estructura literaria y lingüística propia del mundo occidental…?

—A veces quienes ganamos un premio como el que yo he obtenido figuramos y nos llevan a espacios como la FIL de Guadalajara o la Feria de Minería o a Bellas Artes, que son espacios de poder pero como si nos correspondiera sensibilizar a un país que sistemáticamente ha sido racista…

—Hay un término que desde el siglo XX se implementó en este país: al indígena lo “incluimos”. Somos una Feria de Libro inclusiva… un Estado inclusivo… Ahí veo lo que el filósofo Bolívar Echeverría llamaría “blanqueamiento”: por el deseo de ser incluidos dentro del canon de la literatura blanca-colonial con sus márgenes muy delimitados acerca de lo que es ser poeta, lo que es hacer poesía, en qué registros… ahí el poeta indígena cede en ciertas cuestiones, lo doblega el canon al cual desea ingresar… existe un riesgo de blanqueamiento, ¿no, Hubert?

—Totalmente, incluso un riesgo de colonizar en tu propia lengua. Justo como decías esta parte del blanqueamiento cultural, eso se da en todas partes: por ejemplo, en un lugar como la Montaña de Guerrero se abren Casas de Cultura, y lo que se enseña ahí son bailables folclóricos de Sinaloa o Tepic, de otros tipos de zapateado, el “pato-patito”, todas esas danzas son las que se enseñan como Cultura, cuando esos pueblos tienen sus propias danzas con un profundo pensamiento…el cual está siendo desplazado.

“¿Qué entendemos por cultura de los pueblos? Ese punto todavía no se está abordando de una manera seria. Poner individuos sobre las colectividades es jugar del lado de esta lengua hegemónica que va contra todo; el punto es cómo le hacemos para dialogar…”

La historia de las palabras

—¿No se podrá hackear el español y utilizarlo a favor de las luchas de los pueblos originarios?

—Yo creo que sí, porque todos los pueblos tenemos la lengua franca que es el español, y todo pueblo y cultura siempre han tenido una lengua franca para comunicarse; si tú empiezas a pensar y reproducir el simbolismo de esa lengua pues estás desplazando a tu propia cultura. Pronunciar una palabra en otro idioma, es pronunciar el mundo de ese idioma; la lengua franca de nosotros es el español, nosotros aprendemos el español en la primaria. Si tú le preguntas a cualquiera que provenga de un pueblo… “¿a poco nunca has amado en español? ¿A poco nunca has amado a una chica de otro pueblo, que sea náhuatl o tzotzil?” ¿En qué lengua la amas si no hablas su lengua? Pues amas en español… entonces, en ese sentido el español también es una herramienta para asumir el mundo y reinterpretarlo desde nuestro lenguaje.

—Hace unos días entrevistaba al joven poeta indígena Elvis Guerra, quien me decía que no podría comprender del todo cómo en español se dice Te recuerdo o Me acordé de ti, pues en su lengua originaria la expresión sería Bajaste a mi corazón (que me parece hasta más poético). En el me’phaa, ¿usted encuentra un registro discursivo más enriquecedor que lo que se puede decir poéticamente desde el español?

—Sí, muchos de nosotros hemos olvidado la historia de las palabras. ¿A qué me refiero? Al sentido original de cómo surge un sonido y una palabra, incluso el español si tú vas a la etimología, encontrarás cosas muy bellas en la palabra y lo mismo en la lengua me’phaa. Cada pueblo tiene su propio simbolismo y pensamiento.

 

Contar tu paso por el mundo

—Si bien nos cuenta que comenzó a escribir por necesidad de evocar una ausencia, ¿en la actualidad cuáles son las temáticas que aborda en su poesía?

—Cuando empecé a escribir me di cuenta de que el lenguaje es un instrumento que cuenta. El hecho de contar, supongamos, cuando vas a un pueblo siempre le platicas a alguien si te gustó el lugar, si las cervezas están baratas, si hay un kiosco… ahora imaginemos que ese pueblo es el mundo. Vienes a un lugar como el mundo, y lo que haces es contar tu paso por el mundo. Entonces pienso que a mí me tocó este tiempo, pues trato de abordar las temáticas que afectan a mi comunidad: el narcotráfico, la trata, la violencia que se vive en el estado de Guerrero y en la zona de la Montaña; la exclusión,  los asesinatos y las desapariciones… eso está afectando directamente el tiempo que a mí me tocó vivir. Sé que la palabra sirve para contar, entonces a mí me gustaría contar un cuento de esas historias a través del lenguaje y la poesía.

—No sé si de forma directa o indirecta, pero en su poesía hay una especie de militancia política… ¿podría ser así o es una exageración?

—Creo que es inherente. El mismo hecho de escribir desde un idioma que durante mucho tiempo ha sido excluido ya es un acto político de resistencia y de militancia primero que nada hacia la vida, el amor hacia la vida y el respeto hacia la vida y la cultura. Es eso: el acto de escribir en un idioma que sistemáticamente ha sido excluido de este mundo y de esta lengua hegemónica, pues es un acto político.

—En Occidente, en un mundo colonizador… lo que se estila es que el poeta publica sus libros, esos libros son comprados por lectores y ahí acaba el proceso. Pero desde sus raíces y su cosmovisión de la cual proviene, ¿cuál es el trayecto de la poesía? Si bien publica en una edición bilingüe, esa poesía que ya quedó en el papel, ¿regresa a la comunidad y a la Montaña? ¿A través de qué mecanismos?

—Nosotros estamos escribiendo y publicando bajo los términos de esta cultura hegemónica, entonces en esa cultura hay editoriales que te dan el 10 por ciento de derechos de autor, entonces si te publicaron mil libros ellos te dan 100. Si quieres más, debes comprarlos. ¿En las comunidades quién te comprará un libro si lo que preocupa es comer? El lugar más seguro para que se le cuide a una lengua, es en el lugar donde se le habla… un libro de poesía debería de vivir en el lugar donde se habla esa lengua, pero eso es lo que no está sucediendo. Se pretende posicionar a los libros en grandes librerías comerciales, y tendríamos que preguntarnos si esos espacios son los que queremos; si deseáramos pensar en el individuo, esos espacios son los correctos… en cambio, si pensáramos en volver al pueblo y a la lengua, entonces habría que plantearnos otra forma de editar esos libros.

“En las comunidades lo que se mueve más son las radios comunitarias, la oralidad, los poemas recitados… he intentado grabar los poemas para que la poesía regrese de esa manera”.

—¿Qué respuesta ha tenido en esas comunidades?

—He tenido todo tipo de respuestas y ha sido muy satisfactorio ver que la población infantil retoma mis poemas. A veces lo recitan y trabajan de manera oral en las escuelas. Me ha tocado leer mi poesía en una misa dentro de una iglesia, pensé que nunca iba a leer poesía dentro de un lugar como ese. La gente de la comunidad le dijo al sacerdote: “Hubert va a leer unos poemas…”. Era una ceremonia de la fundación de un pueblo que se llama El Tejocote. Al final de cuentas la palabra puede manifestarse en donde sea.

 

La poesía mantiene viva a la Montaña

—En el mundo occidental, blanco y urbano, el poeta suele ser un tipo solitario, que escribe en los bares, atormentado y es como un zombie a la intemperie… hay todo una mitificación del poeta. ¿Actualmente en la Montaña de Guerrero cómo se mira al poeta?

—Todo eso que dices es un cliché. Toda esa gente que se la pasó chupando y bebiendo, si no lo hubiera hecho te aseguro lo que quieras a que hubieran escrito más libros, y hubieran dejado más tesoros a la humanidad. En una comunidad como en la Montaña de Guerrero hace falta replantearnos el discurso de la poesía, porque está presente desde que una lengua es lengua, desde que una cultura es cultura. Pero no ha estado presente la forma de hacer poesía desde Occidente: eso que tú llegas, te ponen una mesa y lees tus libros… te aplauden y te vas. Esas son dinámicas de Occidente; entonces en una comunidad el uso del lenguaje metafórico es distinto; falta ese proceso de un diálogo entre estas formas de crear y las formas de crear propia de los pueblos.

“Los pueblos dignifican la poesía en todo momento, para ellos es muy importante el acto de crear, independientemente de si eso se llama poesía o no, por eso siguen manteniendo su memoria oral”.

—Finalmente, Hubert, usted mencionaba esa experiencia de cuando era niño y miraba cómo en los camiones la gente se iba en los caminos… después de más de 30 años transcurridos, le preguntaría: ¿qué hay del otro lado del camino?

—Mi pueblo, del otro lado del cerro está mi pueblo, por eso regresé allá y vivo en la Montaña.

—Es como un viaje de ida y vuelta…

—Es un viaje de vuelta. Y me di cuenta que lo que cobija, aquello que quiero, deseo, pienso y siento, el cómo interpreto al mundo y todo lo valioso está ahí, siempre estuvo ahí. El punto es que dejamos de verlo.

—¿Hay poesía en la Montaña?

—Todo el tiempo, es lo que la mantiene viva.

Fuente: Notimex