Javier Sicilia: resistir en el silencio

[Hace ya ocho años decidió escribir su último poema. Desde aquel tiempo a esta parte ha dedicado su vida a encabezar el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, así como a escribir desde la narrativa propia de una novela y traducir a autores como Marcel Proust. En entrevista con la sección de Cultura de Notimex aborda la situación del poeta que, tras vivir un golpe casi fulminante propio de la barbarie, decide no escribir más poemas… no más, nunca más, pues el lenguaje dejó de ser eficaz para nombrar al mundo…]

Hace ocho años el poeta Javier Sicilia experimentó un golpe brutal, de esos parecidos a los que el también poeta peruano César Vallejo refería en una estrofa de “Los heraldos negros”:

Hay golpes en la vida, tan fuertes…

¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios…

Sicilia padeció el asesinato de su hijo Juan Francisco, ante lo cual el 2 de abril de 2011 leyó su último poema en donde anunciaba su retiro de la poesía:

El mundo ya no es mundo de la palabra.

Nos la ahogaron adentro

como te asfixiaron

como te desgarraron a ti los pulmones

y el dolor no se me aparta.

Sólo tengo al mundo.

Por el silencio de los justos

sólo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo…

El mundo ya no es digno de la palabra,

es mi último poema,

no puedo escribir más poesía…

la poesía ya no existe en mí.

¿Puede un poeta vaciarse de poesía? ¿La poesía sólo se manifiesta en un escrito redactado sobre una hoja de papel? ¿El poeta deja de serlo sólo porque no escribe más? ¿El silencio es poético? Cuando el lenguaje no es capaz de nombrar el horror del mundo, ¿el silencio es un arma contra la barbarie? ¿La palabra puede encarnar en actos por fuera de la escritura?

      Estas y otras preguntas son abordadas en la siguiente entrevista.

La voz de un pueblo doliente

—La poesía para usted, actualmente, ¿en qué territorios la habita? ¿No será que la poesía también existe en otros espacios, no sólo en la página de un libro…?

      —George Steiner, al hablar de este tipo de sucesos, se refiere a los momentos en que la Humanidad ha entrado en crisis profundas; en particular él se refería a Auschwitz que es el paradigma del horror. Él dice que cuando el lenguaje que alimenta a la poesía se contaminó de muerte y se degradó, cuando el lenguaje que usa la vida política sirve para mentir y ocultar franjas enteras de la realidad para distorsionarla y eso se expresa en una violencia atroz, el mejor poema es el no escrito, es aquel guardado en la zona del silencio y la preservación del sentido. El custodio de la palabra sagrada es el silencio, que es el adverso del sonido. Ser poeta no es una profesión, el poeta es una gracia o desgracia: uno no puede dejar de mirar como poeta, de sentir como poeta, de escuchar como poeta, entonces la poesía aparece en otros ámbitos. Si nos remontamos al sentido más lejano de la poesía, es la que le devuelve los significados a una tribu, es el profeta hebreo que adivinaba el futuro… el poeta es el que habla en nombre de…

      “La figura del profeta aparece cuando Israel tiene por fin reyes, cuando el rey se extravía, cuando se extravían los significados de la tribu, ahí aparece el profeta para afirmar:

      “—Yahvé dice… el sentido dice…

      “Y trata de reestablecer el sentido de la tribu: me ha tocado un poco jugar ese papel: dejé la poesía, pero sigo siendo la voz de un pueblo doliente. Soy parte de ese pueblo; sin embargo, el poeta habla en nombre de ese pueblo doliente, y a través de eso trata de restablecer los significados perdidos, en medio de la violencia y el horror, mientras preserva en el silencio el oficio del poeta y de la escritura”.

      —A veces también le toca vivir un poco el mito de Casandra: ella anuncia desgracias y nadie la escucha…

      —También. A veces anuncia desgracias si los sentidos no se restablecen. Los poetas siguen preservando el sentido, la poesía no alcanza para articular eso y a mí en una voz más pública me toca hacerlo, pero también me toca decir: “¿Y si no…?, lo que nos viene son peores desgracias”.

Una afirmación de la vida

—Ya quedó en claro que su silencio no es pasividad…

      —Es una protesta, la palabra sagrada, la palabra que da sentido mientras la patria no se devuelva a sí misma la paz. Para que pueda coger los significados, permaneces en silencio: es un aguardar a que haya el suelo suficiente en el sentido de Paz, Verdad y Justicia para que la palabra pueda volverse a encarnar otra vez en la palabra.

      —Si bien estamos en medio del terror, de la barbarie y la violencia, supongo que también quedan grietas en donde la vida (la poesía incluida) y algún grado de belleza siguen ahí, sólo por ello permanecemos. Si todo fuera caótico y oscuro…

      —Hablo desde mi posición personal, pero no podría vivir sin poesía. Celebro que mis amigos poetas sigan escribiendo, celebro que le hayan dado el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019 a David Huerta, por vez primera se le da a un poeta mexicano. Lo que dijo al recibir el premio nos enaltece a todos: esa es la presencia de la poesía como una resistencia de vida; la mía es una resistencia en el silencio por motivos que ya dije, pero David Huerta, que representa a la poesía durante este momento en todo el país, representa la resistencia en la palabra…

      —Personalmente, en cuanto a su día a día, ¿tiene algún tipo de isla emotiva, afectiva, en donde recargue energías y vuelva para enfrentar la batalla de este mundo?

      —La poesía y la literatura, sigo leyendo con mucha pasión, pagándome deudas a mí mismo con escritores que no había leído. Y, bueno, mi familia, mi hija, mi nieto, mi mujer, mis hermanas, mis amigos… me recargan y me permiten vivir. Y el recuerdo y la presencia de mi hijo que está en mi silencio: él y yo estamos en el silencio y a través de eso hacemos que el mundo perviva.

      —La lucha que usted está dando desde hace varios años es por quienes ya no están físicamente, pero a la par usted tiene un nieto y hay vida: es la complejidad de la existencia. Hay quienes ya no están y no los podemos mirar más, pero a la par la vida sigue abriéndose paso.

      —Lo hago por quienes ya no están, pero también por quienes podemos salvar para que sigan estando. Es un doble juego: es la memoria de aquellos que nos antecedieron y estuvieron con nosotros y debemos tenerlos en la memoria. A partir de eso tratemos de luchar para preservar la vida de los que vienen y de los que están ahora, es una doble afirmación de la vida… a final de cuentas es una afirmación de la vida.

      —¡Eso es poesía…!

      —Eso es poesía… por eso digo que el poeta expresa la poesía aun no en el poema: es un don o una desgracia. Uno sigue mirando así, sintiendo así, y hablando así. ¿Por qué? Porque la raíz de la poesía es el sentido, y la raíz del sentido es la vida misma, el amor mismo, eso que nos hace estar en comunión.

“La palabra es una casa”

—Literariamente usted cuenta con otros recursos además de la poesía, estoy pensando puntualmente en su libro Deshabitado, de 2016, que tal cual no fue escrito en poesía, pero escribió y contó una historia que lamentablemente tenía que ser contada. Y ojalá que no la hubiera escrito…

      —Ojalá que no, ojalá que hubiera tenido que escribir otra cosa…

      —En Deshabitado, ¿usted encontró algún remanso en la escritura?

      —La palabra es el ser del humano, como Octavio Paz decía: “El mundo de los seres humanos está hecho de palabras…” La palabra ciñe, ordena la realidad y la hace habitable para el ser humano y frente a un drama en donde el lenguaje fracasa: la muerte de un hijo, los crímenes que suceden en este país, la forma en que se mata en donde el lenguaje no puede nombrar: revisitarse para volver a nombrar, me costó mucho trabajo, pero me alivió. La palabra permite recargarse, permite dar un contorno en donde el sufrimiento tenga en dónde recargarse y ser acogido, la palabra es una casa. Cuando la usas entras en tu casa, por más doloroso que esto sea porque la hace habitable a pesar de su dolor, de las paredes rotas… la hace habitable.

      —¿Cuál es esa casa de palabras (y no sólo de palabras) con la que Javier Sicilia sueña que se convierta este país? ¿Qué imagen tiene del futuro?

      —Una casa donde nuestras diferencias y formas de ser no sean motivo para agredir a nadie ni para humillar a nadie, mucho menos destruir a alguien. Esa es la casa con la que sueño.

      —Cuando el lenguaje no alcanza a nombrar la barbarie, quedan los actos: un abrazo… un beso… ¿cuáles praxis ha encontrado para hacerle frente al dolor del mundo?

      —Se han malentendido mis abrazos y mis besos. He visto gente que me estima y siente que mi voz es su propia voz, y me dicen: “Dame un abrazo, todos cuando te encontramos queremos que nos des un abrazo”. ¿Qué pasa ahí? Es la comunión perdida que no está en el espacio público ni en el espacio político y no está en la vida de este país, pero está en nuestro corazón y cuando se ejemplifica en actos carnales, en la palabra que se encarna en un abrazo o un beso… ahí nos volvemos a sentir en casa, por un momento nada más, aunque sea por un momento. Eso es un símbolo de lo que aspiraría que fuera esta casa llamada México.

Los pequeños actos amorosos

—¿Cuáles palabras usted guarda, atesora, conserva y cuida en el lenguaje español?

      —Creo que es una palabra muy grande y por eso generalmente los gestos la encarnan mejor: es la palabra amor, una palabra muy manoseada pero que recoge el sentido de lo que es la vida humana en su más alta plenitud. Pese a nuestras diferencias en el momento en que el amor aparece, comulgamos y estamos unidos uno al otro. Y el beso… la tradición del beso, la cual proviene de la tradición cristiana, en ella hay dos momentos altos en la misa: el saludo de la paz y la comunión. El primero se llamaba conspiratio y consistía en dar un beso en la boca; conspiración es transmitir los alientos y en las tradiciones orientales, en el Evangelio y la Biblia, es el soplo vital. Compartimos el aliento vital, el soplo que nos hace ser y eso permite entrar en la comunión. El beso es eso: aunque no sea de aliento a aliento, estamos compartiendo el principio vital que nos permite aspirar a la comunión, a la unión con los otros.

      —Un poema no sé si salva al mundo; ¿un beso o un abrazo podrá rescatarnos de este naufragio?

      —Por lo menos como una presencia, creo que lo que hace el poeta son cosas muy pobres; como Borges decía: “La poesía, que es inmortal y pobre”, permite mantener una vela encendida: no cambia la oscuridad, pero hace una diferencia… en ese lugar y en ese momento hay luz. Eso permite sostener la esperanza. Esa es la idea que me viene de la misa que más me gusta, la misa de la Resurrección, la cual sucede en la noche del sábado y el símbolo es el cirio pascual, una vela encendida y eso es todo: inestable, pero es todo en medio de la oscuridad…

      —En la sociedad occidental solemos castigar a la oscuridad: debemos evitarla y salir prontamente de ella; pero sin oscuridad no existiría luz. ¿Javier Sicilia qué podría recomendar a quien lo escuche y a quien lo lea acerca de cómo habitar la oscuridad? Usted tiene varios conocimientos respecto a ello…

      —Aun en medio de la noche hay luz, y la luz está en los pequeños actos amorosos. Hay un libro que a mí me conmueve mucho: Vida y destino [1980], de Vasili Grossman, el primer periodista que entró a los campos de exterminio nazi. Escribió este libro que aborda la vida de una familia en el sitio de Stalingrado, y narra una época terrible: la Segunda Guerra Mundial, los campos de concentración nazi, los gulags soviéticos, pero la belleza del libro son los pequeños actos amorosos en medio del horror: una mujer que está a punto de morir en Auschwitz es conducida a la cámara de gas y nunca ha sido madre; en ese momento ve a un niño huérfano que perdió a sus padres y quien también está por entrar a la cámara de gas… en ese momento lo abraza, entra con él y conoce la maternidad. Ese libro está lleno de esos gestos que sostienen el mundo y cuando todo se derrumba, ahí está preservando lo humano, lo que vale la pena… aunque ya no estén, nos quedan como una tradición de lo humano, lo mejor de la humanidad.

El último poeta en el fin del mundo

—En la sociedad occidental solemos pensar en héroes, generalmente hombres pues somos una sociedad patriarcal, en la cual en momentos precisos cometen actos maravillosos que nos rescatan. Lo que usted menciona acerca de los pequeños actos amorosos durante la cotidianidad corre en otro registro…

      —Es un registro de la pobreza: el amor es pobre, es débil, pero es todo. Hay que quitarnos la idea del heroísmo. Creo que se ha leído muy mal el Evangelio. La encarnación es la fiesta del descenso del poder a la pequeñez de un niño que puede uno aplastar con un manotazo y se pone en estado de indefensión por un acto amoroso. Dios se suicida, dice Maurice Blondel, en la encarnación de su poder y se entrega en lo que es el amor: pura apertura, pura debilidad, y pura posibilidad de ser acogido y acoger. Igual el misterio de la resurrección no es apoteótico, sino fue una vela encendida en medio de la noche, que muy pocos vieron…

      —¿Me podría dar una aproximación de su definición de Dignidad?

      —Sí, la dignidad es: pase lo que pase mantenerse de pie diciendo: “No me van a humillar; no nos van a humillar; no humillarán a otro…” Cueste lo que cueste, así sea la vida. Esto somos los seres humanos y no convertirán esto en un rastro, en seres arrodillados… la dignidad es mantenerse de pie, como presencia de lo humano.

      —Esa vela encendida de la cual usted habla hay muchos vientos que intentan apagarla. Si se apaga…

      —Alguien la volverá a encender.

      —Tiene mucha esperanza, entonces…

      —Sí, tengo esperanza en lo mejor del ser humano. Aquí estamos, somos más que la oscuridad, somos más velas encendidas que la noche. Siempre de alguna forma estamos preservando la luz de la vela, cada quien en su lugar; pero a veces habrá que salir todos juntos para decir: “Esto es nuestro y aquí estamos todas las velas para decirle NO al poder, NO a las traiciones del poder político que nos debería de custodiar y NO al poder criminal, esto es nuestro, esta es nuestra vida, estas son nuestras velas y esta es nuestra casa: y es así de pequeña, pobre pero maravillosa. No es su poder, es esta capacidad nuestra de convivir, amarnos y hacernos bien’”.

      —En algún momento el ser humano dejará de existir en este planeta, ya sea porque nosotros mismos nos matemos o por una cuestión medioambiental (también provocada por nosotros mismos). Ese último día sobre la Tierra, ¿qué imagina usted que dirá el último poeta…?

      —Me gusta una imagen de una película de Lars Von Trier, se llama Melancolía [2011], es sobre el fin del mundo y es muy bella: se acabará el mundo y lo único que queda es una muchacha con un niño en una tienda de campaña, ella lo abraza y le dice: “Estamos bien…”

Fuente: Notimex/Mario Bravo Soria