Como toda anécdota que ha transitado por el paso del tiempo, no se sabe si ocurrió tal cual así como la conocemos o si tras el transcurrir de los años cada persona agrega u omite algún dato al narrarla. Incluso podríamos dudar de la veracidad de los hechos en su totalidad; sin embargo, aunque se tratara de algo falso, la simple historia ya da cuenta de un rasgo central de Sigmund Freud (1856-1939), tanto a nivel personal como profesional, teórica y políticamente.
Tal anécdota alguna vez me la contó mi maestro Enrique Guinsberg, psicoanalista argentino y exiliado político durante la más reciente dictadura militar en aquel país del cono sur.
La historia dice así.
Freud y su discípulo, Carl Jung, durante el año de 1909 iban a bordo de un barco que les transportaba hacia los Estados Unidos, en donde asistirían a unas conferencias de la Universidad de Clark. Cuando el creador del Psicoanálisis divisó suelo estadounidense, le dijo a su compañero de viaje: “No saben que les llevamos la peste…”. Así Freud concebía al cuerpo teórico, analítico e incluso político que había diseñado desde las dos décadas finales del siglo XIX.
La peste entrando a la sociedad que durante el siglo XX se convertiría en la meca del capitalismo a escala planetaria, la cultura productora del sueño americano, una particular visión del mundo a través de Hollywood, el hiper-consumo como manera de ser y estar, sin olvidar la publicidad como manera de moldear subjetividades hegemónicas…
Dentro de ese entramado que ya empezaba a gestar al hombre socialmente necesario tanto en los Estados Unidos como en gran parte de Occidente, Freud percibió que el Psicoanálisis fungía entonces como una ruptura, herida, grito, advertencia, piedra en el zapato, pausa y herramienta que posibilitara la liberación psíquica (y política) de los sujetos. Esta característica del trabajo intelectual freudiano, suele perderse de vista al reducir la propuesta psicoanalítica a una mera terapéutica individual, como si sólo en el espacio analítico se circunscribieran al analista, al paciente y su novela familiar.
Freud y la neurosis de vivir dentro de la Cultura
Erróneamente (y con toda alevosía) se suele presentar la reflexión de Freud acerca de la cultura y el malestar que los sujetos vivimos dentro de ella, como si fuera la parte social de la obra del genio austriaco; se le exhibe como las reflexiones de un anciano ya en decadencia, como si de vagones separados se estuviera hablando…cuando algo queda de manifiesto: la denominada parte social de la obra de Freud es en sí mismo un tren que guarda total vinculación con aquella reflexión teórica más circunscrita al inconsciente, el Complejo de Edipo y la represión sexual.
No estamos ante vagones desenganchados uno del otro, como si por un lado fuera la psicología individual y, por otro, la llamada psicología social; ello puede constatarse retomando la afirmación de Freud en los primeros párrafos de su escrito Psicología de las masas y análisis del Yo (1921), en donde su autor sentencia que toda psicología individual es al mismo tiempo psicología social.
Con base en ello, el creador del psicoanálisis algunos años después escribió un texto cumbre dentro del estudio de la sociedad contemporánea: El malestar en la cultura (1939), una obra potente desde la cual el también neurólogo argumenta cómo el acto de vivir dentro de la cultura misma, si bien le reporta al sujeto una dosis de seguridad —pues el Estado, las leyes y los consensos sociales le proveen de cierta protección—, a su vez, produce neurosis (sensaciones de falta, vacío e insatisfacción) en los seres humanos habitantes de la sociedad.
En tal ensayo, Freud expresó que para aminorar los efectos displacenteros de tales experiencias neuróticas, es la propia cultura quien oferta calmantes, los cuales suelen conseguirse a través del consumo de mercancías (con todo lo que ello implica de relación con el análisis de Carlos Marx acerca de su crítica al capitalismo y la alienación que el ser humano padece en dicho sistema económico).
A 80 años de la muerte de Sigmund Freud, pareciera importante preguntarse si sus reflexiones teóricas son vigentes hoy en día, asimismo si —quizás— su propuesta original difiere en gran medida de las actuales prácticas psicoanalíticas (el propio Enrique Guinsberg, aquí nombrado anteriormente, a la gran mayoría de puestas en práctica psicoanalíticas en nuestros días les denomina Psicoanálisis light y domesticado).
Por igual es necesario preguntarse si lo escrito por los discípulos freudianos tanto de ayer como de hoy, ¿acaso no le habrá asignado al Psicoanálisis una dosis de universalidad cuando seguramente no la tiene? Para ello, es necesaria y totalmente pertinente la crítica que a dicho punto estableciera el psiquiatra caribeño Frantz Fanon (1925-1961), esto desde su potente obra intitulada Piel negra, máscaras blancas (1952).
Tras 80 años de la muerte de una de las mentes más brillantes en Occidente, de una u otra manera su pensamiento continúa manteniéndose como una peste, cada vez menos enseñada dentro de las aulas de psicología, pero también cada vez más pertinente para analizar (y transformar) nuestros tiempos actuales.
*El legado teórico y político del creador del Psicoanálisis, continúa siendo producto de debate a 80 años de su fallecimiento.
Por: Mario Bravo Soria
Fuente: Notimex