[Una reflexión compleja la del sentido de la vida, sin duda… aunque “la revelación -nos dice el connotado sociólogo autor de este ensayo- es impresionante: la vida sirve nada más para que siga”. Nada más y nada menos…]
La vida es textil, como las telas, y por eso se rasga, se arruga, se deslava, se deslíe, se abatana, se percude; se frunce. Y se plancha. Y aquí está uno tratando de tejer el sentido de su vida, y no importa si lo hace para la derecha o para la izquierda: puede adorar la propiedad privada y ser fan de la libre empresa, soñar con ir a Las Vegas, irle al América y preferir a Superman. O puede preferir al Subcomandante Marcos e irle al Atlante, llenar de pintas las paredes, asistir a marchas, apoyar huelgas, alzar el puño, comprar discos pirata y estudiar filosofía y letras.
Pero, como quiera, parece que hay tres maneras de hilvanar la vida para que le salga junta, completa, de una pieza, y lisita. La primera es el modelo, digamos, “pasarela”, bastante adolescente, que se anuncia como “ser alguien en la vida” o realizar sus sueños, ya sean de ganarles a todos o de salvar al mundo. En las pasarelas uno va caminando solito o, por lo menos, en fila india, como a un metro del resto de la población, y lo alumbran los focos y uno sonríe o pone cara displicente, pero lo que trae puesto está que ni mandado a hacer, nada de garritas de tianguis. Los iconos de este modelo de la vida han de ser Steve Jobs o el Che Guevara, Picasso o Cristiano Ronaldo, y alguno que otro líder de algo. Para estar ahí hay que subir, tener aspiraciones y, escalón por escalón, llegar hasta arriba, ahí donde los parientes están orgullosos y los vecinos lo ven pasar, sobre todo ahora que el mundo puede en alguna entrevista que nadie vio, con lo que ha realizado su sueño, porque ya es médico con consultorio, notario público, dirigente sindical, delegado de partido o experto en cualquier cosa (hay más expertos que entrevistas). En resumen: le alcanza el dinero, lo cual, a decir verdad, no es poca cosa.
Opinarán que la sábana que plancharon les quedó lisita, pero apenas lo dicen algo se frunce, se deshilacha, porque no se siente tan esplendoroso, y como que eso no era el sentido de la vida. Y entonces parece que la vida no es una pasarela, sino más bien el taller de costura; esto es, una lucha, una friega, y se dan cuenta de que el sentido no consiste en realizar un sueño, sino en cumplir una misión, lo cual es más abnegado, menos petulante, un poco cuarentón e, históricamente, muy cristiano ?sin Ronaldo. Porque de lo que se trata es de hacer su tarea, cumplir su deber, hacer lo que le toca, pura talacha, le aplaudan o no. Es como remendar calcetines con un huevo de madera, nada fashion, pero sí útil. Y tanto si uno había llegado a ser empresario o político, o si se había quedado de empleado o de uno más de la manifestación, eso ya no importa porque de lo que se trata es de continuar haciendo lo que se cree, que si de algo sirve es que lo vuelve menos presuntuoso: se le caen los ídolos pero le cae mejor a los demás. Y seguirá siendo de derecha, pero no por ambición sino por convicción, o de izquierda pero no por heroico sino por principio; esto ya es andar con ropa de diario, uniforme de trabajo, que puede ser corbata o camiseta.
Y en el instante en que parece que su vida tiene sentido, algo se frunce, se arruga, porque no se sabe en qué consiste la misión ni cuándo acaba la tarea, que es como estar planche y planche una sábana interminable como mar que no cobija nada. Y entonces, por tercera y última vez, se da cuenta de qué se trata de la vida; y la revelación es impresionante: la vida sirve nada más para que siga. En efecto, uno se pasa años haciendo cosas bobas que no le sirvieron jamás ni para triunfar ni para cumplir, como poner la mesa para la cena o ir al cumpleaños de la abuelita, con las que el mundo seguía igual y uno no arribaba a ninguna parte: puras mediocridades, como hacerse el gracioso, jugar Nintendo en familia, ver el futbol, levantarse temprano para ir a comprar tortas de chilaquil y enseñar a andar en bici a un torpecito con casco; aburrirse todos juntos como ostras pegados como muéganos, hacer amigos que sólo quitan el tiempo y le impiden ser exitoso o transformar el mundo, o por lo menos hacer la tarea. Seguir haciendo lo de siempre una y otra vez habiendo comprobado que ninguna tiene caso: lo que está haciendo es lograr, generación tras generación, que la vida pase, y siga.
Parece que la gente, toda, siempre, hace estas bobadas y le vale gorro el sentido de la vida, porque éste es, sencillamente, que la vida siga, así de mal, pero que siga. Todos seguiremos acumulando ganancias, buscando aplausos, produciendo triunfadores impresentables, o seguiremos pintando paredes, apoyando huelgas, levantando el puño de indignación contra la injusticia aunque nunca se vaya a arreglar (y teniendo hijos, yendo a cumpleaños, pidiendo pizzas), no para preservar el poder ni para cambiar el mundo, sino para que la vida siga.
Como dijo Gabriel Tarde, si hay un gesto de amor en esta humanidad mediocre e imitativa es éste: tirar su vida nada más para que la vida siga (lo demás es egoísmo, estupidez y cansancio), porque éste es el único sentido de todo: que uno está aquí y que la vida se plancha sola.
Fuente: Notimex