Las enfermedades zoonóticas, las que se transfieren de animales a humanos, han ganado atención internacional en las últimas décadas; el ébola, la gripe aviar, la gripe porcina (H1N1), el síndrome respiratorio del Medio Oriente (MERS), la fiebre del Valle del Rift, el síndrome respiratorio agudo severo (SARS), el virus del Nilo Occidental, el virus del Zika y el nuevo COVID-19 han causado pandemias o han amenazado con causarlas, y dejado miles de muertes y grandes pérdidas económicas.
Los investigadores aún no identifican el punto exacto en que el virus SARS-CoV-2 se transmitió de animales a humanos y se presentó como la COVID-19, pero sí aseguran que no será la última pandemia.
En 2016, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) alertó sobre el aumento mundial de las epidemias zoonóticas. Señaló que 75 por ciento de todas las enfermedades infecciosas emergentes en humanos son de origen animal y están estrechamente relacionadas con la salud de los ecosistemas.
Según el informe “Fronteras 2016″ del Pnuma, las zoonosis son oportunistas y prosperan cuando hay cambios en el medio ambiente, en los huéspedes animales o humanos, o en los mismos patógenos.
En el siglo pasado, la combinación del crecimiento demográfico y la reducción de los ecosistemas y la biodiversidad resultó en oportunidades que facilitaron la transferencia de los patógenos de animales a personas. En promedio, una nueva enfermedad infecciosa emerge en los humanos cada cuatro meses, según el informe.
Las actividades humanas han provocado alteraciones importantes en el medio ambiente, ya que al cambiar el uso del suelo para los asentamientos urbanos, la agricultura, la tala o las industrias y sus infraestructuras asociadas, ha fragmentado o invadido el hábitat animal.
Se han destruido zonas naturales de amortiguamiento, que normalmente separan a los humanos de la vida silvestre, y con ello se crearon puentes para que los patógenos pasen de los animales a las personas.
Esta situación se ha exacerbado por la crisis climática, provocada por el aumento sin precedentes de las emisiones de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Los cambios en la temperatura, la humedad y la estacionalidad, afectan la supervivencia de los microbios en el medio ambiente, y la evidencia sugiere que las epidemias serán más frecuentes a medida que el clima continué su transformación.
Las consecuencias del cambio climático afectan de forma desproporcionada a las personas con menos recursos, lo que aumenta su vulnerabilidad y amplía las posibilidades de propagación de las enfermedades zoonóticas.
CAMBIOS EN LOS HUÉSPEDES
La actividad humana también puede transformar a las poblaciones que sirven como huéspedes de ciertos patógenos, en especial la migración, la urbanización, las preferencias dietéticas, las demandas comerciales y los viajes.
En muchos países en desarrollo, el crecimiento económico y la transición de zonas rurales a urbanas han estimulado la demanda de productos lácteos y cárnicos, lo que ha llevado a la expansión de las tierras de cultivo y a una ganadería más intensiva, cerca y alrededor de las ciudades, lo que deriva en un aumento de la exposición a las enfermedades.
El ganado es, a menudo, un puente epidemiológico entre la vida silvestre y los humanos, como en el caso de las gripes aviar y porcina. Los patógenos primero circularon de aves silvestres infectadas a aves de corral, y luego pasaron a los humanos. Lo mismo en el caso de los cerdos.
La proximidad a diferentes especies en los llamados mercados húmedos o el consumo de animales silvestres también pueden facilitar la transmisión de animal a humano. Los primeros casos de SARS se asociaron al contacto con civetas enjauladas en un mercado, y se cree que algunos casos de ébola en África Central se transfirieron de huéspedes animales a humanos cuando se consumió carne de gorila infectada.
La incubación, que es el tiempo entre la infección humana y el momento en el cual la persona presenta síntomas, puede durar días o semanas, pero todos los días millones de personas viajan de un país a otro en horas. Una enfermedad originada en un país puede propagarse rápidamente a otros, independientemente de las distancias, lo cual es particularmente visible en la rápida propagación de la COVID-19, que afectó a casi todas las naciones del mundo durante los tres meses posteriores al primer caso reportado.
MUTACIONES EN LOS PATÓGENOS
Los patógenos mutan o cambian genéticamente a medida que evolucionan, lo que les permite explotar nuevos huéspedes y sobrevivir en distintos entornos. Un ejemplo es la resistencia emergente de los patógenos a los medicamentos antimicrobianos (antibióticos, antifúngicos, antirretrovirales y antipalúdicos), a menudo ocasionado por el uso indebido de los medicamentos, ya sea en personas o animales.
Los ecosistemas son inherentemente resistentes y adaptables y, al sustentar la existencia de diversas especies, ayudan a regular las enfermedades. Cuanto más biodiverso es un ecosistema, más difícil es que un patógeno se propague rápidamente.
Sin embargo, la acción humana ha modificado las estructuras de las poblaciones silvestres y ha diezmado la biodiversidad a un ritmo sin precedentes, produciendo condiciones que favorecen a ciertos vectores y/o patógenos, o a un huésped en particular.
La diversidad genética proporciona una fuente natural de resistencia a las enfermedades entre las poblaciones animales. Por ejemplo, la cría intensiva de ganado a menudo produce similitudes genéticas dentro de rebaños y manadas, lo que aumenta la susceptibilidad de los animales a la propagación de patógenos provenientes de la vida silvestre.
Las áreas biodiversas permiten que los vectores transmisores de enfermedades se alimenten de una gran variedad de huéspedes, algunos de ellos reservorios de patógenos menos efectivos. Por el contrario, cuando los patógenos se encuentran en áreas con menos biodiversidad, la transmisión puede ampliarse, como se demostró en el caso del virus del Nilo occidental y la enfermedad de Lyme.
SI NO CUIDAMOS LA NATURALEZA, MENOS A NOSOTROS: ANDERSEN
“Estamos íntimamente interconectados con la naturaleza, nos guste o no. Si no cuidamos la naturaleza, no podemos cuidar de nosotros mismos”, dijo la directora ejecutiva del PNUMA, Inger Andersen.
Abordar el surgimiento de las enfermedades zoonóticas implica atender su principal causa, es decir, el impacto de las actividades humanas en los ecosistemas, lo cual significa reconocer las estrechas relaciones entre la salud humana, animal y ambiental.
Significa también un mayor monitoreo de la salud humana y de la vida silvestre en paisajes que están iniciando un proceso de transformación, para conocer las líneas de base, mejorar la comprensión y la preparación para posibles brotes y ofrecer información a las actividades de desarrollo para minimizar los riesgos, tanto para los humanos como para la naturaleza.
Y para realizar esto se requieren esfuerzos de colaboración, multisectoriales, transdisciplinarios e internacionales, como resume el enfoque “Una salud”, de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Andersen enfatiza que 2020 es “un año en el que tendremos que reformar de raíz nuestra relación con la naturaleza”, cuando la población global se acerca a los 10 mil millones de personas.
El Pnuma, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y cientos de socios en todo el planeta están lanzando una iniciativa para prevenir, detener y revertir la degradación de los ecosistemas en todo el mundo durante los próximos 10 años.
La “Década de las Naciones Unidas para la Restauración de los Ecosistemas 2021-2030” es una respuesta a la pérdida y degradación de los hábitats y se centrará en la creación de voluntad política y capacidades para restablecer la relación de la humanidad con la naturaleza.
Es una respuesta directa al llamado de la ciencia, realizado en el informe especial sobre “El Cambio climático y la tierra”, del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), y a las decisiones tomadas por los Estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas en las Convenciones de Río sobre cambio climático y biodiversidad, y la de lucha contra la desertificación.
El Pnuma también trabaja con los líderes mundiales para desarrollar un nuevo y ambicioso “Marco Global de Biodiversidad Post-2020” y llevar los problemas emergentes, como las zoonosis, a la atención de los tomadores de decisiones, ya que considera que a medida que el mundo responda y se recupere de la pandemia actual, se necesitará un plan sólido para proteger la naturaleza, de modo que la naturaleza pueda proteger a la humanidad.
Fuente: Notimex