230227 cult6 des f1 liliana zaragoza promueve la narrativa de respirar

Aunque parezca mentira, las personas no sabemos respirar

La acción más natural para el ser humano, la primera que ejecutamos al nacer y que nos mantiene con vida sin ser conscientes de ello, puede convertirse, si aprendemos a manejarla conscientemente, en una herramienta de conocimiento. Respirar puede salvar a individuos y sociedades de males que se han adueñado de estados de ánimo y de problemas físicos, para los cuales hay oportunidad, casi inmediata, de sanación.

Así lo considera Liliana Zaragoza, artista interdisciplinar y contadora de historias. Para ella, la respiración no se ejercita meramente por la nariz, la boca o los poros de la piel. La más sencilla tarea humana –afirma– tiene que ver con todo el organismo: se respira también con el hueso, con el músculo, con la articulación… ¿Cómo?

Con el fin de conocer y aplicar las técnicas que permiten realizar un trabajo interno de la mente y el cuerpo a través del aire –ese alimento–, Liliana Zaragoza ha diseñado un taller de entrada libre (limitado a 15 lugares): Respirar con todo el cuerpo es reescribir el código. Está dirigido a personas que han vivido procesos de migración recientes.

En su metodología conviven distintas técnicas de escritura personal y colectiva; ejercicios de escucha profunda, movimiento y, desde luego, de respiración. Estas habilidades –explica en entrevista– permiten trabajar el cuerpo y destrabar articulaciones y emociones que duelen.

El cuerpo humano es un enorme código que al crecer va recordando experiencias, alentadoras o demoledoras. Zaragoza, quien ha ejercido la fotografía y la literatura, emplea en este taller lo que llama artes marciales internas como el qi gong y el tai ji quan, escuelas que permiten lograr una respiración consciente durante las actividades cotidianas.

Se trata de prácticas que Zaragoza ha realizado en talleres con activistas, defensores de derechos humanos o periodistas, “gente que trabaja en la primera línea de batalla” encuentra otro campo: el de la migración. Un tema sobre el cual existe una reflexión constante en el Museo Universitario del Chopo.

“Trabajé hace mucho tiempo con personas migrantes. Y en la defensa de los derechos humanos. Mi labor en la fotografía me llevó a estar atenta con grupos que están llevando a cabo tareas simultáneas y, desde luego me interesó la labor que realiza Maximiliano Rosiles”, dice Zaragoza.

Exposición

Se refiere al autor de Exuvia, la exposición que se presenta en el Museo, en la que Rosiles da cuenta de un problema interminable: el viaje constante entre México y Estados Unidos.

Inspirado en la elaboración de textiles en su ciudad natal, Uriangato, Guanajuato, el artista narra la crudeza de un país fracturado y cuyos músculos han sido afectados por la inabarcable violencia: 100 mil desapariciones; 56 mil restos sin identificar y más de 300 mil muertes violentas en los últimos cinco lustros. México, lugar en el que la vida se ha vuelto un bien desechable; un cuerpo sin valor y sin sentido.

La violencia ha interrumpido la sana respiración de este país en el que los feminicidios no hacen más que crecer. Hay una atrofia social que impide tener conciencia del nuevo código del ser, tanto colectivo como individual. Las obras de Zaragoza y Rosiles se tocan entre dos extremos: de lo macabro a lo luminoso. México es un territorio con las articulaciones, con los tendones y con los músculos tensados por la violencia, la impunidad y la desesperación. Un país sin aliento; compungido. Y en sus arterias transitan miles de migrantes mexicanos y centroamericanos con destino a la Unión Americana.

Ante la vista de estas dos manifestaciones artísticas –la exposición y el taller– salta un problema profundo: el organismo social mexicano necesita reescribir su código desde su brutal presente.

En palabras de Rosiles: “Los residuos textiles en este contexto representan los restos fragmentados –humanos y no humanos– que pueden encontrarse en los caminos de migrantes. Son el subproducto de un sistema de producción respaldado por el Estado, que ve a los migrantes como no humanos y cuyo producto final es la muerte”.

Fuente: Gaceta/UNAM